lunes, 22 de agosto de 2011

Mensaje del Ministro general para la Jornada Mundial de la Juventud


“! Estad alegres, os lo repito: estad alegres!”  (Fil 4, 4)
(Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 17/08/2011)
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general, OFM

Esta es la invitación que Pablo dirige a todos los cristianos y hoy, de un modo particular a todos y cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes. Y es que quienes creemos en Cristo, con mayor razón un joven creyente, no puede estar triste. La vida cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas. La alegría cristiana nace de la opción fundamental por el Señor Jesús, es fruto de una experiencia de fe en él y de comunión con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Para un cristiano, la alegría no es una posibilidad: es una responsabilidad.
Sí, las raíces de la alegría están en un corazón habitado por el Señor. Él es modelo por excelencia de la verdadera alegría, pues vivió una alegría profunda incluso en la proximidad de su drama final. A sus discípulos les dice: “Os he dicho esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea colmada” (Jn 15, 11) Y a continuación añade: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por los amigos” (Jn 15, 13). Nuestro Dios, el Dios revelado en Jesús es “gozo”, como lo canta Francisco en las Alabanzas al Dios Altísimo, y causa de nuestra alegría (cf. AlD 4).
La alegría es la primera condición para que el corazón esté en paz y el alma tranquila. Pero, ¿qué es la alegría? La alegría es como el culmen de la existencia, una sensación de plenitud en la vida que se manifiesta en sus aspectos más positivos, como llena de sentido y que merece la pena ser vivida. La alegría es la experiencia de plenitud de sentido que abre el futuro del hombre dejando paso a la esperanza. La alegría está determinada por el descubrimiento de estar satisfechos, una satisfacción que está estrechamente unida a la experiencia positiva del otro y del encuentro con el otro. Uno no puede vivir la alegría en plenitud si no es abriéndose al otro: al Otro, con mayúscula, y a los otros, en cuanto hermanos. Este es el gran salto inicial de Francisco. Su conversión fue abrir y sintonizar su deseo con el deseo de Dios, abrirse a Dios y abrazar a todos hermanos, y a toda la creación como hermana.
Muchos de vosotros se pueden preguntar: ¿Es posible hoy la alegría, cuando tantos jóvenes como nosotros están sin trabajo, cuando muchos de nuestros contemporáneos están esclavizados por las más variadas dependencias, cuando el futuro se nos presenta lleno de incertidumbres? ¿Es posible la alegría en un mundo lacerado por divisiones y rupturas y la abundancia de rostros sombríos son elocuente testimonio de la profunda desesperanza y tristeza por la cual atraviesan los hombres y mujeres de hoy? ¿Hay lugar para la alegría en un mundo así? ¿Es posible hoy la alegría cuando el clima cultural en el que vivimos no es nada favorable?
Cierto que muchos son los motivos para estar tristes, pero muchos más son los motivos para estar alegres: ¡Él es la causa de nuestra alegría! Él es nuestra alegría, la que nadie nos podrá nunca arrebatar. Podemos estar alegres, podemos ser felices. Basta no equivocarse de camino. Basta no refugiarse en paraísos artificiales que se revelan después totalmente ilusorios, como la droga, que no es otra cosa sino huída y refugio, o como la búsqueda de placer a todo coste, que es otra forma de huída no menos peligrosa. Basta no confundir la auténtica fiesta con la fiesta que no abre el corazón a la alegría de Cristo.
Mis queridos amigos, ¿estáis dispuestos a vivir y a expresar la alegría en una cultura de muerte como la nuestra, alimentada por un relativismo ético, que hace del éxito a toda costa el objetivo de la existencia humana? La ciencia ha hecho enormes progresos, la sociedad ha multiplicado las formas de placer, pero los hechos cotidianos nos dicen que todo ello difícilmente consigue proporcionar la alegría. La alegría, la auténtica, no la light o descafeinada, tiene otro origen, viene de lo alto: del amor de Dios. Más allá de lo que somos, lo más maravilloso que nos ha podido pasar es que somos amados por Dios en Jesús. Esta experiencia es la que hace que nuestro corazón rebose de alegría.
Esa es la alegría de la que nos habla Francisco. En Cristo, Francisco encontró la plenitud de la vida. Desde entonces vivió libre, sin temor, y su corazón exultaba de gozo, y canta, reza, alaba y baila de gozo por las calles de Asís, donde la gente lo espía y sonríe socarronamente. Canta y baila en la soledad de los bosques y en la misma Curia romana. ¿Quién podía hacer todo esto? Sólo un loco o un enamorado que vive en su corazón un evento único y extraordinario, un evento que desborda su pequeño corazón. Para Francisco Dios es alegría y fuente de toda alegría. Una alegría que, aún en medio de las más grandes dificultades, nadie puede arrebatarle. Es la “alegría también en las tribulaciones”, de que nos habla san Pablo (2Cor 7, 4; Col 1, 24). Y es que la alegría auténtica, la de aquel que ama a Cristo y vive con él en el secreto de la fe, no viene a faltar ni aun en medio de los sufrimientos y de las tribulaciones. Francisco, después de una búsqueda intensa, después de experimentar lo efímera que es la alegría que da el mundo, finalmente había encontrado la perla preciosa de la que nos habla el Evangelio (cf.Mt 13, 46), que es Jesús mismo, y, gracias a ese descubrimiento, fue capaz de colocar las otras perlas en una escala de valores justa, fue capaz de relativizarlas, para juzgarlas en relación con la perla más bella: Cristo. Y lo hace con toda sencillez, porque teniendo como piedra de toque la perla preciosa, es capaz de comprender mejor el valor de las otras.
Queridos jóvenes: ¿queréis ser felices? ¿Queréis estar alegres? Francisco nos muestra el camino: Abriros a Cristo, dejad que Cristo entre en vuestros corazones, en vuestra vida. Abriros a los demás. La alegría cristiana y franciscana le da plenitud a vuestra vida y genera ganas, necesidad de compartir la vida para generar más vida y vida en abundancia. Es una alegría que se deriva en participación, en compartir, en solidaridad, en compromiso, en creatividad. Es una alegría que nace del “permanecer” en el amor de Dios y del esfuerzo por cumplir su santa y veraz voluntad (cf. Jn 15, 9-11; Oración ante el Cristo de San Damián).
Y entonces vuestra vida será una fiesta, la fiesta del encuentro con el Señor y del encuentro con los otros como hermanos. Como ya dije, la alegría no es una posibilidad, es una responsabilidad. Los cristianos estamos llamados a ejercitarnos en la alegría, por una parte para derrotar el espíritu de tristeza que siempre nos amenaza, por otro lado porque no podemos privar al mundo del testimonio de la alegría que brota de la fe. Es la alegría de los creyentes la que narra al mundo la gloria de Dios. Esto es lo que nos piden los hombres y mujeres de hoy: “Muestra Señor tu gloria”, y vosotros creyentes hacednos ver vuestra alegría (cf. Is 66, 5).

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